jueves, 18 de noviembre de 2010

LATINOAMÉRICA, ¡TOCA EL MANTO DE JESÚS!


Lucas 8, 41-48

Y he aquí que llegó un hombre, llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga, y cayendo a los pies de Jesús, le suplicaba entrara en su casa, porque tenía una sola hija, de unos doce años, que estaba muriéndose. Mientras iba, las gentes le ahogaban.

Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que no había podido ser curada por nadie, se acercó por detrás y tocó la orla de su manto, y al punto se le paró el flujo de sangre.

Jesús dijo: "¿Quién me ha tocado?" Como todos negasen, dijo Pedro: "Maestro, las gentes te aprietan y te oprimen."

Pero Jesús dijo: "Alguien me ha tocado, porque he sentido que una fuerza ha salido de mí."

Viéndose descubierta la mujer, se acercó temblorosa, y postrándose ante él, contó delante de todo el pueblo por qué razón le había tocado, y cómo al punto había sido curada.

El le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz."

Podemos imaginar a Jesús, pasando entre su gente. Todos anhelando algo de Él. Jesús va caminando próximo a ese hombre, llamado Jairo, que a su lado marcha apurado por llegar con Él, a su casa. Marcha este jefe de la sinagoga, tan preocupado por su hija, su niña, que lo figuramos hasta molesto por todas esas gentes que se interponen en su camino, aquellos que casi no les permiten andar. ¡Es tanta la aglomeración que incluso ahogan al Maestro! (v. 41-42)

Entre esta multitud anda ella. Una mujer. Su rostro semita y avergonzado. Su andar trémulo. Sus ojos buscando ver a Jesús entre medio del gentío, tratando de pasar desapercibida. Ojos tristes de soledad y vergüenza, pero brillando de tanta esperanza. Caminando en medio de aquellos que integran una sociedad de “puros” que atropellan… (v. 43).

Pensamos en esa mujer y no podemos dejar de identificarla con tantas otras mujeres que formamos esta América Latina . Como en un correr de diapositivas figuradas se van presentando a nuestra mente y a nuestro corazón muchos rostros. ¡Tantas mujeres toman el rostro de ella! Comprensivamente podemos personificarla en la figura misma de Latinoamérica. Es ella, quien camina siguiendo a Jesús. Es esta mujer un arquetipo de cada mujer latinoamericana, y es, todas ellas. Una entre tantas. Anónima y real…. Es aborigen, es mestiza, es criolla, es de esta tierra. Es inmigrante, es extranjera. Es quien construye y quiere, quien conoce y ama, quien cuida de su tierra y de los suyos. La que se quedó y la que se tuvo que ir. Aquella que es hija o que es madre. La feliz y la que sufre. La sometida, la valiente, la silenciada, la que lucha. La de ayer, la de hoy. Es todas y cada una de éstas.

Jesús aún no la ha visto, tan pequeña y tan oculta entre el gran gentío. Sin embargo, entre esa multitud, una mano de mujer se atreve a tocarlo de modo diferente. Su pequeña mano atraviesa la muralla de la muchedumbre y roza escasamente la orla de su manto. Un ribete apenas. Basta sólo eso para ella. (v. 44 a).

¡América Latina has tocado a Jesús!

¿Qué motivos han causado tal audacia? ¿Qué le ha llevado a aquella mujer semita a introducirse entre las personas de su pueblo, silenciosamente, sólo para tocar a Jesús? Claro está, es alguien que sufre. Se encuentra enferma. Es una hemorroísa. Padece de un flujo de sangre que no se detiene desde hace doce años. ¡A cuántos ha recurrido para curarse! Pero, nadie ha podido hacerlo. ¡Cuánto dolor y marginación ha causado esta situación en su vida! El sangrado constante la ha hecho sentirse impura y separada de los demás. ¡Tanta vergüenza es. esto de ser una impura! Tampoco pueden acercarse a ella ni siquiera, sus seres queridos. No tiene derecho a estar con nadie, no puede tener familia ni amigos. Qué difícil le resulta a la hemorroísa vivir así, bajo un régimen legal que la margina, que la considera impura y la excluye. Sola y enferma, está sufriendo. (v. 43).

Así es tu dolencia, Latinoamérica. ¡Estás sangrando!

La imagen de la sangre nos recuerda a muchas mujeres víctimas de la violencia. Mujeres golpeadas, niñas, adolescentes y adultas violadas, Madres sacudidas del dolor. Tantas mujeres obligadas a prostituirse. Tantas abandonadas. Tantas discriminadas. Mujeres latinoamericanas cuyo dolor es grande. Y este dolor es aún más importunado por el sólo hecho ser mujeres. Hay un silencio hecho fluido de sangre y opresión. Es el silencio de las mujeres a quienes las sociedades han apartado de la justicia. Las analfabetas. Aquellas que están llenas de miedo. Aquellas que han perdido sus vidas. ¡Tantas mujeres oprimidas! Delante de todo este padecimiento nos preguntamos: ¿se puede enumerar y describir? No. Seguramente muchas otras situaciones en esta recapitulación, se nos escapan y quedan en la sombra y el silencio todavía…

¿Y tú, América Latina? ¿Cómo has soportado tantos años, tantos siglos de sangre derramada? ¿Tanto tiempo de silencio, desprotección y desamparo hacia la sangre que fluye? ¿Sin protección, sin legislación defensora y justa, sin cuidados y, hasta sin respeto por la dignidad de tus habitantes?

Un poder milagroso e inmediato sale de Jesús en ese toque, que al punto deja a la mujer curada. Es la mano que se extiende desde la confianza en Jesús, desde la fe que no pregunta, que sólo se entrega y abandona a Él. (v. 46.48).

Al igual que en aquella ocasión, esa mano, en Latinoamérica, se hace símbolo de muchas manos que desbrozaron el camino para las demás. Luchando por liberar los derechos de las mujeres. Igual que allá, aquí, muchas manos se arriesgan “a tocar” a Jesús. Luchando no sólo por recuperar la dignidad propia, sino la de todos. La de sus madres y la de sus hijas, las de sus varones, padres, esposos e hijos. La de todas las generaciones. En su liberación y reconocimiento de derechos, reside la liberación de toda América Latina.

Entre Jesús y la mujer semita, se ha producido un encuentro. Jesús pregunta quién lo ha tocado. Sabe que una fuerza ha salido de él, pero desea que esa curación sea reconocida en público. Ella debe hablar y decirle a Jesús lo que ha sucedido. Y así lo hace frente a todo el pueblo. Ella, la excluida, es ahora el centro de todas las miradas. Pareciera que hay silencios que deben terminar. Jesús deja en evidencia que se debe romper con el miedo de ella, fruto de la represión de las leyes que la aíslan. La mujer, no sólo recupera su salud, sino su dignidad. Jesús está dispuesto a escucharla. Todos deben hacerlo. Se ha dejado tocar por ella y ahora la sitúa, al descubierto, de cara a todos. Él le da la posibilidad de poner de manifiesto todo lo que la oprime, dejando en evidencia, un régimen de silencio y exclusión. Ella tiembla, pero debe vencer su miedo y recelo de tantos años de sufrimiento. Además, se muestra estremecida frente al poder que ha constatado en Jesús y postrándose, lo reconoce. A pesar de su temblor, decide hablar. (v. 46-47).

¡Te estás liberando América latina! ¡Estás hablando y estás siendo escuchada! ¡No más sangre! ¡No más silencio!

Es tu curación, la esperanza para tantas que aún sobrellevan su dolor. En tu ponerte de pie está la lucha de tantas mujeres para que se reconozcan sus derechos. Entre aquellas y éstas, que hablan y dicen su verdad, están liberando y sanando tanto silencio y nudos en la garganta. Hay que hablar y decidirse para que no corra más sangre inocente.

Latinoamérica. ¡Confía en Él! Quién pasa es tu Mesías, tu liberador, tu sanador...

De pronto, las palabras que pronuncia Jesús son reconfortantes para esta mujer, ya curada. Oye que Jesús, la ha llamado: ¡Hija! Ahora se siente “familia” de alguien. Reconocida en su civilidad. Él declara su fe a la vista de todos y le devuelve un lugar entre los suyos. Podemos imaginarla levantándose de su postración y mirando agradecida a Jesús, tal vez sonriendo humildemente frente a la gran experiencia de amor vivida. La percibimos caminando pausadamente, llena de paz. Paz que Jesús acaba de darle. Sigue avanzando entre una multitud extrañada. Manifestándose como un testimonio de fe. (v. 48). Un interrogante para tantas manos cerradas, inmóviles o hasta acusadoras.

¡Oye! ¡Mujer! ¡Latinoamérica!. Hay una tarea por cumplir. Puedes procurar manos valientes y humildes. Manos capaces de extenderse confiadamente hacia Él. ¡Hay tanto por curar y liberar! ¡Tanto “flujo de sangre” que detener! ¡Tanta dignidad que recuperar! ¡Ábrete a la Paz que tu Jesús tiene para ti!

NOTA: En este comentario, la expresión America latina o Latinoamérica es inclusiva a todos los países del continente, desde México hasta el polo sur.

Textos paralelos al párrafo tomado en este comentario: Mt. 9. 18-22; Mc. 5, 22-34

Cristina Argañaraz

Córdoba, Argentina

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